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LAS ENTREVISTAS

Laura Fernández y Nicolás Orellana

Laura (24) es periodista, titulada de periodismo de una universidad privada. Trabajó como freelance en algunos medios de comunicación escritos. Es make up artist y actualmente trabaja como comunnity manager. “Soy de la generación Z”, afirma. A pesar de haber tenido otras experiencias laborales formales, no ha conseguido aún lo que sus padres siempre le dijeron que era importante, y algo que ella también anhela: un contrato de trabajo, como sus padres que siempre han trabajado en un mismo lugar, ella como contadora y él como administrativo en un colegio.

Es una ácida tuitera, sus quejas sobre el sistema capitalista alcanzan cientos de likes y es por esa misma red donde -con un nickname en coreano- expresa su devoción a la vida privada de los YouTubers norteamericanos y el amor que siente por Nueva York, la ciudad de sus sueños. En Instagram Laura, se presenta: “Vivo en una constante sitcom. Una vez salí llorando en el festival de Viña. Periodista fangirl”. Ahí muestra su estética y creaciones de maquillaje y ropa, ahora diseñadas y hechas por ella, gracias a la máquina de coser que recibió de regalo de cumpleaños y que la sacó de la angustia y la animó durante las cuarentenas.

Laura es hija única, vive con sus padres, Trufa su perra, en la casa de toda la vida en Quinta Normal, y desde fines de 2018 con Nicolás Orellana (23), su novio hace tres años, estudiante de periodismo en la UAH.

Nicolás, escribe para sitios web desde los 16 años, es aficionado al diseño y una de sus pasiones es la música, tanto así que fundó la radio online sonido radar. Este año 2020, después de los meses de paro en su universidad, siguió con las clases on line y también con las dudas de terminar o no la carrera.

Antes de irse a la casa de Laura, Nicolás vivía en una residencia universitaria porque es antofagastino. Cuenta que sus padres son técnicos profesionales y están separados actualmente. Su papá viene de una de las poblaciones más conflictivas de esa ciudad. Con esfuerzo, y debido al trabajo en una de las grandes empresas mineras de la zona, llegó a ganar varios millones de pesos mensuales y se mudaron a un condominio, en el que según Nicolás vive la clase alta y arribista, y que así como ganaba un sueldo, se endeudaba por mucho más. Luego, producto de la pérdida de trabajo su padre volvió a su población de origen.

Ambos afirman ser víctimas de un sistema que los mantiene sumergidos en una gran incertidumbre, que afecta su salud mental.

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