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LAS ENTREVISTAS

"Gonzalo" Capucha

“Gonzalo”, no es su nombre real. Estamos protegiendo su identidad.

Gonzalo se autodenomina como un “capucha”. Tiene 21 años y vive actualmente con su hermana y sus padres en una comuna de la zona sur de Santiago. Su madre es contadora en un local comercial y su padre trabaja como bodeguero en una gran empresa de venta de artículos tecnológicos. Gana el sueldo mínimo. 

Estudió la primera parte de la enseñanza básica en su comuna y luego, tras la motivación de sus padres, sumado a sus capacidades ingresó a un liceo emblemático del centro de la capital y posteriormente a un colegio privado.

Cuenta que la frase que se repetía a menudo en su familia era que” tenía que ser alguien en la vida” y que su madre esperaba que en el liceo emblemático conociera otras realidades, pero allí se dio cuenta de que también había otros jóvenes, de otras comunas marginadas, que vivían las mismas realidades y violencias por pertenecer a la clase media baja. En el colegio privado, en el que estaba becado, sí encontró un mundo que no conocía; de más alto ingresos, con necesidades y cotidianidades muy distintas, pero también vio más de cerca las profundas desigualdades sociales del país.

Para el movimiento estudiantil de 2011 Gonzalo estaba en séptimo básico y sólo participó en las marchas, pero fue testigo de ese proceso en un establecimiento con tradición política e involucrado activamente en las manifestaciones. Fue en primero medio que comenzó a encapucharse y a luchar de otra manera. Siempre en solitario, sin participar en ninguna organización, menos en un partido político.

Su puntaje en la PSU le permitía ingresar a una universidad pública, pero Gonzalo no cree en este momento en un tipo de educación que considera sólo como informativa, sino más bien en una formativa, relacionada con las experiencias de vida y la espiritualidad. Esta decisión generó una crisis familiar y Gonzalo recién salido del colegio se fue a vivir a una pieza solo en las inmediaciones de La Vega Central, donde trabajaba doce horas diarias como cargador.

Luego, volvió a su hogar, pero siguió trabajando en la calle, vendiendo comida vegana en el barrio Bellavista, no sólo para ganarse la vida sino también como una forma de llevar el mensaje del veganismo. Esto lo alternaba con la venta de rolls en la feria de Lo Valledor.

Gonzalo, cuenta que las violencias cotidianas, el quiebre en la relación con sus padres producto de sus diferencias de ver la vida, por su opción de no estudiar y trabajar en la calle, sumado a las injusticias sociales generadas por el modelo económico y su impotencia de no poder generar cambios lo llevaron a experimentar un profundo sufrimiento y soledad. ¿Quién se hace cargo de este dolor?, se preguntaba.

La primera semana de octubre de 2019, Gonzalo intentó suicidarse inyectándose aire en las venas. Su plan fallido lo llevó a agudizar las diferencias con sus padres y en un poco efectivo apoyo del sistema público de salud. En medio de esta depresión Gonzalo estaba desconectado de las contingencias del país hasta que el viernes 18 de octubre, a la hora de almuerzo, se enteró de las evasiones masivas de los estudiantes secundarios en el Metro y los otros sucesos que comenzaron a desencadenarse en toda la ciudad. Tomó una micro que lo dejó en La Alameda con Los Héroes y vio algo que para él denomina “hermoso”: una gran cantidad de ciudadanos manifestándose y fuego en diversos lugares de Santiago. Ese día Gonzalo estuvo hasta las cuatro de la madrugada sumándose a grupos de desconocidos haciendo barricadas y enfrentando a la represión policial.

Desde esa tarde Gonzalo no dejó de ir ningún día a la Plaza Baquedano o a Dignidad, como él prefiere llamarla, hasta el viernes 22 de marzo de 2020, cuando ya la pandemia del coronavirus había aterrizado en Chile. A Gonzalo no le gusta que lo llamen “primera línea”, dice que es un concepto nuevo, de moda, que él es un “capucha”, pero que durante esos meses estuvo en ese grupo sólo acompañado de un amigo. Su objetivo principal era enfrentar a Carabineros, ir al choque, responder esa represión con ondas, escudos de antenas de TV, miguelitos artesanales y con lo que encontraba en el sector. Le llegó un perdigón en el cuello y otras lesiones que considera menores, pero sí dice haber sido testigo presencial de decenas de traumas oculares y otras violaciones a los derechos humanos.

La pandemia la vivió encerrado en la casa familiar, cumpliendo a cabalidad las cuarentenas, trabajando en su espiritualidad, meditando y tomando cursos de terapias con cuarzo, para sanarse y sanar a otros.

Luego del término de algunas cuarentenas Gonzalo ha asistido muy pocas veces a la Plaza Baquedano. Cuenta que ya no es lo mismo, que son muy pocos, que ahora tienen que ser más estratégicos para manifestarse y cambiar las cosas. Dice que su lucha continúa, que sigue reivindicando la violencia, pero que ahora aquella que se desplegó para el estallido no sirve.

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